La elegancia de un vestido
Hay vestidos que enamoran a primera vista. Hay vestidos que cautivan por su sencillez, elegancia y movimiento. Cuando existe una armonía entre la mujer y el vestido, la simbiosis es perfecta.
La elegancia se lleva en la piel, cierto, pero también en aquello que nos viste. Se aprecia en cada complemento, y más aun, en el todo que se crea cuando sumamos cada uno de estos.
Es algo muy visual, perceptible en apenas un segundo. La elegancia se percibe con tan solo una mirada y produce en quien la contempla un ligero asombro. Como si la persona a quien observamos estuviera envuelta en un aura de algo, porque toda ella, cada uno de sus gestos, ademanes y pasos están equilibrados y en armonía con el look que lucen. Eso que por un instante nos deslumbra… es la elegancia.
La combinación es perfecta o imperfecta. Es perfecta si no hay una nota que destaquepor encima de las otras, algo que desentone. Es perfecta cuando existe un todo equilibrado y armonioso, que se complementa al mismo tiempo con la personalidad de la modelo. Ahí está la armonía del conjunto, como en la música. La elegancia tiene también su propia cadencia de sonidos y movimientos.
Es un peinado, una sonrisa, una espalda descubierta, una mirada intensa –o perdida–, el carmín de los labios, unos pendientes de brillantes, la ausencia de ellos, un fajín, unos zapatos de tacón alto, el vuelo de una falda, la belleza natural de la piel, el brillo de los ojos… Es un todo.
He aquí la elegancia hecha vestido, con todos sus complementos…